jueves, 8 de enero de 2009

>>Guerra: Israel-Palestina



Robert Fisk


Nos preguntaremos
por qué odian tanto a Occidente


Una vez más, Israel ha abierto las puertas del infierno para los
palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de
Naciones Unidas, otros tres en otro plantel de este tipo. No
está mal para una noche más de trabajo en Gaza a cargo del
ejército israelí, que cree en la “pureza de las armas”.
Debería sorprendernos?


Ya se nos olvidaron los 17 mil 500 muertos –casi todos civiles,
la mayoría mujeres y niños– durante la invasión de Israel a Líbano,
en 1982; los mil 700 palestinos muertos durante la matanza
de Sabra y Chatila; la masacre de Qanaen en que murieron
106 civiles libaneses refugiados, más de la mitad de ellos niños,
en una base de la ONU; la matanza de los refugiados de
Marwahin, a quienes Israel ordenó salir de sus casas en 2006
para luego ser asesinados por helicópteros israelíes; los mil muertos
en el mismo bombardeo del mismo año y en la invasión a
Líbano, y lo mismo, casi todos civiles.


Lo que es sorprendente de los líderes occidentales, tanto
presidentes como primeros ministros y, me temo, directores
de medios y periodistas, es que se han tragado la vieja mentira
de que Israel se cuida mucho de evitar víctimas civiles. “Israel hace
todo el esfuerzo posible para evitar afectar a civiles”, aseguró
de nuevo otro embajador israelí horas antes de la matanza en Gaza.


Y cada presidente y primer ministro que ha repetido esta
mendacidad como excusa para no exigir un cese del fuego tiene en
las manos la sangre de la carnicería de anoche. Si George W. Bush
hubiera tenido el valor de exigir un cese del fuego hace 48 horas,
todos esos ancianos, mujeres y niños, esos 40 civiles, estarían vivos.


Lo que ocurrió no sólo es una vergüenza: fue una desgracia.
¿Sería exagerado llamarlo crimen de guerra? Porque así es
como llamaríamos esta atrocidad si Hamas la hubiera cometido.
Por lo tanto, me temo, estamos ante un crimen de guerra.


Después de cubrir tantos asesinatos masivos a manos de
ejércitos de Medio Oriente –por soldados sirios, iraquíes, iraníes e
israelíes–, supongo que debería yo reaccionar con cinismo.
Pero Israel proclama que está combatiendo en la guerra “internacional
contra el terror”. Los israelíes aseguran luchar en Gaza por
nosotros, por nuestros ideales occidentales, por nuestra seguridad
y para salvarnos, de acuerdo con nuestras normas. Y así somos
cómplices de las salvajadas que se cometen en Gaza.


Ya he reportado las excusas que en el pasado ha dado el ejército
israelí por estos atropellos. Como está claro que serán recalentadas
en las próximas horas, aquí les obsequio algunas: los palestinos
mataron a sus propios refugiados, los palestinos desenterraron cuerpos
de los cementerios y los plantaron en las ruinas. Y a final de cuentas,
los palestinos tienen la culpa por haber apoyado a una facción armada,
y además porque los palestinos armados deliberadamente utilizan
a refugiados inocentes como escudos humanos.


Cuando la derechista Falange libanesa, aliada de Israel,
perpetró la matanza de Sabra y Chatila, los soldados israelíes se
quedaron ahí, observándolos durante 48 horas, sin hacer nada, y esto
fue revelado por una investigación a cargo de una comisión israelí.


Posteriormente, cuando Israel fue acusado de esa matanza,
el gobierno de Menachem Begin acusó al mundo de calumniar con sangre
a su país. Después que la artillería israelí disparó bombas contra una
base de la ONU en Qana, en 1996, los israelíes afirmaron que hombres
armados de Hezbollah también se refugiaban en dicha base. Era mentira.
Los más de mil muertos en 2006 en una guerra que comenzó cuando
Hezbollah capturó a dos soldados israelíes en la frontera
simplemente se achacaron a Hezbollah.


Israel aseguró que los cuerpos de niños asesinados en la
segunda matanza de Qana fueron tomados de un cementerio.
Ésa fue otra mentira.


Nunca hubo excusas para la masacre en Marwahin. Se ordenó
a los pobladores de la aldea que huyeran y ellos obedecieron sólo
para ser atacados por barcos artillados israelíes. Los refugiados tomaron
a sus niños y los colocaron en torno a los camiones en que viajaban,
para que los pilotos israelíes pudieran ver que eran inocentes. Fue entonces
cuando los helicópteros israelíes les dispararon a corta distancia.
Sobrevivieron sólo dos personas, haciéndose pasar por muertos. Israel
ni siquiera ofreció disculpas por este episodio.


Doce años antes, otro helicóptero israelí atacó una ambulancia
que llevaba civiles de una aldea a otra –de nuevo obedeciendo órdenes de
Israel– y mató a tres niños y dos mujeres. Los israelíes aseguraron que había un
combatiente de Hezbollah en la ambulancia. Era mentira. Yo cubrí todas
estas atrocidades, investigué, hablé con sobrevivientes. Lo mismo hicieron
varios colegas. Nuestro destino, desde luego, fue enfrentar la más vil de las
calumnias: se nos acusó de antisemitas.


Y escribo lo siguiente sin la menor duda: escucharemos de nuevo
estas escandalosas fabricaciones. Nos repetirán la mentira de que Hamas
tiene la culpa. Dios sabe que éste es culpable de suficientes cosas sin tener
que añadir este crimen. Probablemente nos salgan también con la mentira
de “los cuerpos sacados del cementerio”, y seguramente también
escucharemos de nuevo la mentira de que “Hamas estaba dentro de la escuela
de la ONU”. Y definitivamente, nos dirán de nuevo la mentira del antisemitismo.
Y nuestros líderes soplarán y resoplarán y le recordarán al mundo que
fue Hamas el que rompió el cese del fuego.


Sólo que no fue así. Israel lo rompió primero, el 4 de noviembre,
cuando dio muerte a seis palestinos durante un bombardeo a Gaza, y
de nuevo el 17 de noviembre al matar con otro
bombardeo a cuatro palestinos más.


Sí, los israelíes merecen seguridad. Veinte israelíes muertos en los
alrededores de Gaza en 10 años es, desde luego, una cifra horrible. Pero 600
palestinos muertos en poco más de una semana y miles de muertos desde 1948,
a partir de cuando la matanza israelí de Deir Yassin impulsó el éxodo
palestino de esa parte de Palestina que se convertiría en Israel,
es una escala totalmente distinta.


Esto recuerda, no lo que sería el normal derramamiento de
sangre en Medio Oriente, sino una atrocidad del nivel de la guerra de los
Balcanes en los años 90.


Desde luego, cuando un árabe se levante y con furia sin freno arroje
hacia Occidente su ira incendiaria y ciega, diremos que eso nada tiene que
ver con nosotros. “¿Pero por qué nos odian?”, nos preguntaremos. No
vayamos a decir que no sabemos la respuesta.


© The Independent


Traducción: Gabriela Fonseca

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